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La Laguna de la Cocha, fuente de energía inca en Colombia

Hoy me gustaría hablar de un rincón de Colombia que no tiende a salir en demasiadas guías de viaje y que conocí por la más pura casualidad. Todo sucedió cuando me hallaba en la localidad de Pasto, capital del departamento de Nariño, justo en el sur del país. Mi objetivo era llegar lo antes posible hasta Ipiales, pero por muchas razones me tuve que quedar en Pasto un día más de lo previsto. Hablando con la gente sobre cuál era la mejor escapada posible desde la ciudad me recomendaron en múltiples ocasiones que no me perdiera pasar al otro lado de la montaña y conocer la laguna de la Cocha. No fueron uno ni dos sino muchas de las personas con las que hablé, así que me invitaron a conocer y salimos temprano a la mañana siguiente a conocer un sorprendente rincón natural y étnico.

En realidad hablar de Laguna de la Cocha es ser redundantes porque precisamente cocha quiere decir laguna en quechua, la lengua que los incas expandieron en un vasto imperio cuyo centro estaba en la peruana Cuzco. Hasta el sur de la actual Colombia llegaron sus dominios y los herederos naturales y espirituales siglos después están en el pueblo quechua, kofán, quillacinga o kamsá, cuyas gentes habitan esta área separada de Pasto por algo más que una montaña.
Un bus compartido con una familia hasta la localidad de Encano, al borde de la laguna, me costó aproximadamente 12.000 mil pesos. En 40 minutos pasamos del sol radiante de Pasto hasta una laguna vestida de niebla sobre la que empezaba a llover. No parecía el mejor día para visitarla pero el tiempo aquí es diez veces más húmedo y lluvioso que en la ciudad. Encano y el puerto son lugares realmente agradables que se asomaban a la totora que tan bien supo utilizar el pueblo inca durante su Historia.
Las casas eran de madera estilo suizo, muy diferente a lo que me podía esperar allí, pero se había formado un pueblo encantador y tranquilo frente a una laguna de la que siempre se creyó fluía una energía especial. Justo en el centro de este microcosmos en el que todavía se come cuy y las plegarias se dirigen a la Pacha Mama (Madre Naturaleza) se halla la isla de la Corota, un santuario de la naturaleza de aproximadamente 12 hectáreas que cuenta con más número de especies vegetales que en grandes bosques europeos o norteamericanos.
Lo más típico cuando se llega a La Cocha es intentar pasar a la isla, por lo que fue sencillo que varios locales me ofrecieran traslado a la misma en su bote de madera. Acordamos un precio de 15.000 pesos ida y vuelta.
Dejamos atrás un pequeño canal de totora para dirigirnos a la Corota. Cuentan antiguas historias quillacingas que una mujer fue castigada por los dioses por sus celos enfermizos teniendo que convertirse eternamente en isla. Para ellos este lugar es sagrado y durante siglos se han realizado ceremonias en su interior.

Llegamos en poco más de 10 minutos desde Encano y tuve que pagar 1000 de entrada a los funcionarios del PNN (Parques Nacionales de Colombia) de este santuario natural. A partir de ahí tenía una pasarela de madera de aproximadamente medio kilómetro que atravesaba la isla por la mitad. Es la única manera que se puede caminar por este frondoso bosque primario, único en su especie en esta región andina del sur de Colombia.

Al iniciar la marcha empezó la magia, los árboles que flanqueaban el camino me sirvieron de techo natural. Ellos solos detenían la fuerza del aire con sus hojas y ramas retorciéndose en las alturas, las cuales no permitían pasase más luz que la necesaria pero me beneficiaba a la hora de explorar la isla sin demasiados problemas.
El sendero me pareció precioso, como una pasarela directa al Edén. La Corota es un jardín botánico pero compuesto por vegetación original forjada durante milenios, es decir, naturaleza pura. Sólo en esa pequeña burbuja verde en mitad del lago se cuentan más de 500 especies de plantas, que es decir mucho. La fauna es más escasa, contemplada únicamente en aves, reptiles, anfibios y algún ratón de campo que se las debe ver y desear para sobrevivir.
Y aunque era un lugar medianamente turístico, sobre todo por parte de colombianos, tuve la suerte de recorrerlo completamente. En aquella isla sólo se respiraba aire puro.
Al final del sendero las vistas de las montañas rodeadas de niebla me parecieron suficiente premio por estar en uno de esos sitios que se salen de los circuitos de viaje ocasionales. Un día antes me hubieran hablado de La Cocha y la Corota y no hubiera sabido nada que contar. Eran nombres que jamás había escuchado. Hoy reconozco que fueron toda una sorpresa en este país que está repleto de ellas como es Colombia.